Majahuitas no era solo un destino, sino un sentimiento: el sabor del mar recién capturado, el aroma del limón al partirse, la textura suave del aguacate sobre una tostada crujiente. En este rincón de México, la cocina era un ritual de conexión entre el entorno y el paladar, y los platillos eran obras de arte, sencillas pero inolvidables.